Con 82 años y desde los 30 dedicado al mundo de las letras y la gourmandise, Miguel Brascó tiene la locuacidad del que sabe y, en su caso, conoce la historia del vino de la A hasta la Z. Sobre cómo puede influir la crisis financiera en el comercio y consumo del vino sostiene que los argentinos se verán afectados, aunque el país está en una posición bastante protegida a nivel comercial, porque el ingreso de las principales bodegas está básicamente en el mercado interno y no en la exportación. “Es 4% a 96%, mientras que la industria vitivinícola chilena tiene una relación casi exactamente inversa”, sostiene. En relación a la caída en las exportaciones considera que no es algo tan importante como para preocupar a la industria, aunque aclara que “las más afectadas van a ser las bodegas chicas que producen un vino diseñado para el paladar del consumidor extranjero, que es diferente del gusto argentino”. A Brascó le preocupa esta situación por su magnitud: “El 10% de las bodegas comercializa el 80% de la producción y esto es otro problema, porque el otro 90% son cientos de PyMEs que se armaron principalmente para el negocio exportador y dentro del marketing americano”. Esas son hoy, a su entender, las bodegas más vulnerables.
Fotuna: ¿Cómo es el posicionamiento de la Argentina en la industria vitivinícola global?
Brascó: Nuestro país es el quinto productor y consumidor de vino del mundo y nítidamente pertenece a la cultura mediterránea, que comparte con Francia, Italia, España y Portugal. Esto implica que el consumidor toma el vino en la mesa, no fuera de ella. El resto del mundo toma poco vino en comparación, busca más la cerveza.
Fortuna: Eso es históricamente, pero ahora creció el consumo de vino a nivel mundial.
Brascó: A partir de los 80 Estados Unidos hizo un gran esfuerzo de marketing, tomó conciencia de que era imperio después de la Segunda Guerra y se lanzó a la conquista del mercado internacional y a la promoción de los vinos para sacarle puntos a la cerveza, sobre todo.
Fortuna: ¿Ahí es cuando comienza el despegue de la vinicultura local?
Brascó: Sí, porque la Argentina es un mercado muy susceptible a la influencia mediática y de los fashion americanos. Aclaro que no uso la palabra fashion por hobby en inglés, sino como una idea de la onda previa a una moda; que está estructurada, apoyada y difundida por un marketing muy activo como el de Estados Unidos.
Fortuna: ¿Se refiere a los medios de comunicación como creadores de tendencias?
Brascó: Sí, porque ellos tienen básicamente al cine como formador de costumbres, pero también a la TV y los medios gráficos, que no tienen como acá una tirada de 3.000 ejemplares sino de 300.000 para arriba. El movimiento americano es muy heavy e influye fácilmente en las culturas dependientes, como es la argentina.
Fortuna: Se dice que los americanos, como no tenían chateaux, se diferenciaron con los varietales.
Brascó: En realidad, como siempre que se hace un plan de conquista mundial, las bodegas de Estados Unidos primero atacaron a sus principales contrincantes, es decir a los vinos franceses, pero fracasaron. Entonces diseñaron un nuevo vino de aceptación universal para luchar contra Francia, que está en las antípodas del paladar y el estilo francés, que es aquel que se consume en el año de cosecha.
Fortuna: Cada uno tiene su público consumidor.
Brascó: Claro, no es que uno sea bueno y otro malo, es que unos son los tradicionales y los otros son una propuesta americana. Toda la fuerza del marketing de Estados Unidos tiene un efecto de conquistar todos los mercados, pero no en las franjas ABC1 sino en las inferiores.
Fortuna: ¿Cómo caracteriza a la industria del vino de la Argentina y Chile?
Brascó: A nuestro país le conviene que Chile venda vinos argentinos porque cuenta con una estructura de exportación que nosotros no tenemos: los chilenos tienen 200 años de ejercicio del comercio exterior y nosotros apenas 10. Sin embargo, corremos con ventaja; porque Chile al principio exportó a bajo precio por no tener calidad y como la Argentina no tenía calidad directamente no exportaba.
Fortuna: ¿Y cuál es la ventaja, entonces?
Brascó: Que cuando el país empezó a vender al exterior ya tenía una estructura económica firme para el mercado interno y se dio el lujo de exportar muy buenos vinos a precios altos. Entonces, los chilenos aprovechan esa imagen para comercializar vinos argentinos en el mundo y a los locales también les conviene porque sus vinos son exportados por Chile, que a nivel mundial tiene una enorme difusión.
Fortuna: ¿Qué opina sobre la gran explosión de pequeñas bodegas?
Brascó: Es parte de un fenómeno muy típico de la Argentina. Yo veo que se juntan tres tipos con plata, que no tienen la menor idea del vino ni tienen una estructura empresaria, compran uva en un lugar, lo elaboran en otro, manejan la operación desde Buenos Aires y así subsisten. Sacan un vino pensado y elaborado para la exportación, con etiquetas copiadas al estilo australiano con nombres indígenas, pero no tienen participación ni prestigio en el mercado interno.
Fortuna: ¿A qué bodeguero argentino admira o le sigue la trayectoria?
Brascó: Yo tengo 82 años y desde los 30 estoy en el ambiente, de manera que soy parte de la historia del vino en la Argentina y esa es una gran ventaja. Además, por mi trayectoria estoy vinculado con las bodegas no sólo de manera funcional sino también afectiva. Respeto mucho a Catena, que me parece el más lúcido y capaz de todos, no es un comerciante sino un entendido, que se hizo cargo de la bodega desde su posición de profesor de Macroeconomía en Berkeley. Pero, con sus más y sus menos, casi todos los bodegueros han aprendido a ser empresarios y hacen las cosas bien.
Fortuna: ¿Cómo trabajan particularmente esas empresas grandes?
Brascó: Las grandes bodegas locales tienen una estructura comercial muy fuerte y una distribución que llega a todo el país: consecuentemente son las que se llevan el negocio. A grandes rasgos, todas tienen las misma estructura de productos: abastecen el mercado interno con los vinos entre $ 5 y $ 30, que son aquellos que toma la gente a diario. Son vinos de características, aromas y sabores ciento por ciento argentinos y en ese sentido, con sus fluctuaciones según cada bodega, se mantienen firmes en su demanda local. En cambio los vinos de más de $ 30, que implican otro marketing para las bodegas, los piensan para la exportación: concentrados y de impacto.
Fortuna:¿Qué es lo que más disfruta de todas sus actividades?
Brascó: Yo disfruto todo lo que hago, salvo viajar que ahora me fatiga un poco, aunque mis curiosidades están satisfechas. Sé que la edad la voy a llevar conmigo a todas partes, el hecho de que estés en París no significa nada para la felicidad, eso es simple pintoresquismo (sic). Por ejemplo a París, ya no voy más, estoy aburrido de esa ciudad, ahora prefiero ir a Lyon.
Fortuna: ¿Del vino también se aburrió?
Brascó: No. Disfruto mucho tomando, pero me cuido porque no puedo tomar demasiado. Ahora, que estoy escribiendo el anuario con Fabricio Portelli, tenemos que probar cerca de 1.500 etiquetas, en dos degustaciones semanales que implican 30 botellas cada vez.
Fortuna: ¿Sigue entusiasmado al encarar una hoja en blanco?
Brascó: Para mi escribir siempre sigue siendo un gran placer, pero cuando no estoy presionado por un cierre de edición. Por suerte hice mi trabajo con dignidad, porque cuando me ofrecía como escritor pedía más honorarios que ninguno y si me decían que no, entonces no lo hacía. Por eso ahora me pagan más que a nadie, pero eso fue una conquista personal.
Fortuna: ¿Si tiene que elegir: blanco o tinto?
Brascó: Los tintos son más interesantes, más sensuales y tienen mayor complejidad que los blancos. Sin embargo a mi me gustan mucho, porque son más fáciles de tomar, fragantes y de disfrute.
Fortuna: ¿Qué vinos le gustan más?
Brascó: Los vinos más importantes del país vienen de Mendoza sin lugar a dudas. Yo defiendo los vinos de paladar argentino, que acarician en lugar de golpear. La gente confunde los vinos más caros con los mejores, pero no es así para nada: el alto precio del vino es sólo una cuestión de marketing.
Fortuna: ¿Qué tiene ganas de hacer el año próximo?
Brascó: Estoy al final de mi vida y, en realidad, mi ideal sería poderme retirar un poco y dedicarme a la literatura. Mi última novela (Quejido Guacho) fue un éxito, todo el mundo hablaba de mí pero terminé ganando 4.500 pesos y trabajé 7 meses: esto demuestra que no se puede ser escritor en la Argentina.
Patricio Ballesteros Ledesma
Revista Fortuna
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