martes, 1 de julio de 2008

Principales cepas tintas en Argentina.

Malbec:

Variedad productora del vino tinto argentino más emblemático. Su origen se sitúa en el sur de Francia, particularmente en la comuna de Cahors. Llegada a la Argentina a mediados del siglo XIX, la variedad se adaptó muy bien a todas las regiones vitivinícolas argentinas y comenzó a ser cultivada de manera intensiva, merced a su sanidad, su vigor y su capacidad para producir buenos vinos. Hoy, existen numerosas variantes de elaboración para el Malbec, desde los vinos jóvenes y simples hasta los gruesos y contundentes con larga crianza en barricas, pasando por los rosados, los espumantes y los licorosos, al estilo del Oporto. En todos los casos, sus aromas primarios se destacan por los matices de ciruelas maduras -a veces menta- y su sabor, por la capacidad de llenar el paladar sin agresividad gracias a sus taninos dulces y redondos. El Malbec es el gran vino tinto para acompañar los asados vacunos, los guisos, las pastas con salsas de tomate y queso, las carnes de caza y los quesos duros.

Cabernet Sauvignon:

El rey de los cepajes tintos presenta sutiles características diferenciales según su región de origen. En el NOA alcanza una asombrosa intensidad de color en el marco de aromas a moras y pimiento verde. En Cuyo se intensifica el carácter frutado descripto como grosellas maduras, mientras que en las regiones más australes se potencian los sabores minerales y terrosos. El añejamiento en madera y botella le confiere una elegancia particular, con aromas a tabaco, cuero y especias.

Merlot:

Distinguido cepaje que prefiere los terruños argentinos altos y frescos, en especial el Valle de Uco y la Patagonia. Con bajas producciones y un buen manejo del viñedo, el Merlot se traduce en un vino delicado, de paladar intenso sin llegar a ser potente. Los aromas que lo identifican se describen como pimiento dulce, cedro, grosellas y especias.

Syrah:

Históricamente se lo utilizó para vinos de corte, pero en la última década su cultivo se expandió de manera generalizada. Se adapta muy bien a las regiones de fuerte insolación como el Valle de Tulum, en San Juan, y los departamentos del este de Mendoza. Bien elaborado, presenta colores intensos, textura plena y aromas que varían desde los florales, en su juventud, hasta los especiados y animales, luego de la crianza en roble y botella.

Pinot Noir:

Antigua y noble variedad que se utiliza frecuentemente en las bases de los mejores espumantes -vinificado en blanco-, mientras que también se logran muy buenos ejemplares varietales tintos. De acuerdo a los diferentes clones -es la variedad que más rápido produce mutaciones-, su color va desde el rubí hasta el rojo intenso, conservando siempre los aromas a frambuesas, remolacha y tierra que lo caracterizan.

Tempranillo:

Bien vinificado y con una crianza en roble americano -al estilo español-, logra excepcionales cualidades y una excelente capacidad para evolucionar en botella. En su juventud, exhibe aromas frutados simples de frambuesas y moras, pero los ejemplares de guarda llegan a madurar enmarcados en envolventes rasgos de regaliz y torrefacción.

Bonarda:

Por su abundancia, su vigor y su bajo costo, siempre formó parte de los vinos tintos más económicos, aunque también se lo elabora como varietal. Produce un vino franco, honesto, de buen cuerpo y color, con aromas frutados de frambuesa y sutiles acentos anisados. Su buena estructura le permite ser añejado en barricas con buenos resultados.

Sangiovese:

En argentina se lo cultiva y produce desde hace décadas, pero fue otro de los vidueños cuyo potencial para vinos de calidad sólo se descubrió en los últimos años. Joven, presenta aromas de frambuesas y violetas; la evolución en roble y botella le dan un matiz descripto como pasas de uva, algo que recuerda al Chianti peninsular.

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